La función de partidor es quizá la más sacrificada, breve y en muchas ocasiones la menos grata de todo el ciclismo de pista. Son 250 metros a tope recorridos en menos de 20 segundos. Un ejercicio fugaz, intenso y hasta martirizante si se piensa en lo devastador que puede llegar a ser un error que no tiene lugar a redenciones.
De su función depende gran parte del éxito o la desazón de un trabajo que requiere mucho más que levantar pesas en el gimnasio, o mover cargas de suma exigencia en la combinación plato y piñón. “El más mínimo error, sabes que lo cagas todo. O los llevas al triunfo o los llevas al fracaso”, describe con franqueza Rubén Murillo, el velocista con tantos sellos en el pasaporte como impulsos en su bicicleta. El moreno que prefirió las dos ruedas en lugar de las polvorientas canchas del Urabá para seguir el sendero más común de su región: el fútbol.
“De ciclismo no saben nada -ríe -,simplemente ven las fotos en redes sociales, pero este deporte no lo conocen. Eso sí, te dicen que vas muy bien y de hecho sienten admiración. Hay muchos amigos casados, con hijos y trabajando en una bananera, que te dicen: ‘¡uy, este huevón donde va! ¿todavía chimbiando con esa bicicleta?’, recuerda el siempre sonriente Rubén, de 26 años y miembro del equipo nacional de pista desde el mundial de Apeldoorn (Holanda) 2011, cita en la que Edwin Ávila obtuvo el primero de sus dos títulos mundiales.
Rubén no vivió el mismo momento que su compañero de delegación en ese entonces. Lo suyo fue un contraste, pues mientras Ávila era el hombre del momento, él apenas empezaba a construir un camino al más alto nivel internacional. “Estaba haciendo bicicrós y Jaime (González, actual seleccionador nacional ndr) me dice: ‘¡Ey, parcero, vamos a un mundial!’. Y yo: ‘¡uy, como así que vamos!’. Pero bueno allá llegué”.
Hizo la primera vuelta del equipo integrado con Fabián Puerta y Cristian Tamayo. Ocuparon la casilla 16 entre 18 participantes con un tiempo de 46.589, superando en competencia a las ternas de Grecia y Canadá. “Yo todavía tengo esa hoja de resultados, la miró y me parece increíble”. Y esa incredulidad tiene un argumento razonable sustentado en los cuatro segundos que ha logrado bajar después de seis años de entrenamientos y detalles afinados.
Ahora es parte del team récord de América con 42.772, registro logrado junto a Puerta y Santiago Ramírez, y que en Apeldoorn hubiese superado por lejos los 44.101 (clasificación) y 44.483 (final) de los campeones mundiales Rene Enders, Maximilian Levy y Stefan Nimke.
“No es solamente el tiempo, es la armonía del equipo como tal. Cuando somos una familia todo fluye”, explica Murillo, fiel representante de los valores urabaenses: alegría, desparpajo y sabor para el baile, algo poco común en el gremio ciclista, muy rítmico sobre la bici pero en muchas ocasiones descoordinado para la danza.
“La mayor parte del tiempo soy muy alegre y me siento un digno representante de mi región. Es un goce y lo reflejo a todas las partes donde voy”, que en su trayectoria son los cinco continentes. El último de ellos Oceanía en su visita a Nueva Zelanda. “Es el lugar más increíble que he conocido, todos los días abría los ojos y me sentía en una película”.
Y eso, en buena parte, ha sido su vida, un film lleno de aprendizajes y sueños por cumplir. Tuvo que aplazar el de vivir la olimpiada, pues al final del ciclo los puntos del ranking no eran suficientes para ser parte de selecto grupo de equipos clasificados.
“A Río no llegamos por falta de amor, eso nos faltó. Un equipo es armonía. Es que no se necesita mucho, podemos ser muy malos, pero con amor llegamos adónde nos dé la gana”, reconoció el velocista que subió por primera vez a un podio para recibir el oro en Aguascalientes. “Sentí una paz inmensa, celebré como nunca”.
Fue el capítulo más grato en medio de largos viajes, rutinas de gimnasio y palizas con distintas relaciones sobre el velódromo. “No hay otra forma de llegar a ello si no eres el mejor”, afirma el deportista que gracias a esos 250 metros en 17 segundos y unas cuántas milésimas ha logrado conocer infinidad de culturas. “Es algo irónico, de cierta manera sí. Es una vueltica que como muchos lo han visto me ha llevado a conocer lugares increíbles, casi todo el mundo. Algo que nunca soñé, simplemente se ha dado”.